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domingo, septiembre 7

IV

Cerró el contacto de la llave y apagó el motor del coche. Suspiró profundamente mientras se desabrochaba el cinturón y, saliendo del coche maletín en mano, se dirigió a casa.

El sol ya se había puesto y una suave brisa mecía los árboles de la calle. Entró pesaroso al portal, deseando encontrar a cualquier vecino que retrasara la hora de atravesar el umbral de la puerta. Nadie.  Pues vaya, pensó, nunca hay nadie cuando se le necesita.

Subió por las escaleras, como siempre, y abrió la puerta.

             - Cariño, ¿ya has llegado? – preguntó una voz de mujer desde la cocina.

Hubo un tiempo en el que había perdido la cabeza por esa mujer, por Angelica. Su ángel. Pero la magia se desvaneció. A veces pasa, ¿no? Un día volvió a casa antes de lo normal, decidido a recoger sus cosas e irse. Iba a dejar una nota, clara y concisa. Y un poco cobarde también. Imaginó que ella quedaría destrozada y no quería quedarse a verlo, sería lo mejor para los dos. Pero la sorpresa se la llevó él, desde luego. Cuando llegó a casa ella le estaba esperando, con una sonrisa de oreja a oreja. ¡¡Estamos embarazados!! exclamó nada más verlo. Ella rebosaba felicidad, a él se le cayó el mundo al suelo. Hacía ya cinco meses de aquello. Dime cómo se puede fingir amor a una persona cada día sin anestesiarte un poco. Sin perderte un poco.