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miércoles, septiembre 17

VI

     -¡Estos jóvenes están locos! En mis tiempos uno podía salir a la calle tranquilo, sin miedo, y no pasaba nada. ¡Nunca pasaba nada! Ahora ya no se pueden ni traer chiquillos al mundo. Total, ¿para qué?, ¿para que no puedan ni salir a jugar al parque? No, qué va, es que no se puede, madre mía.

Don Manuel hablaba a viva voz sin esperar respuesta alguna de ninguno de los presentes. Acababa de presenciar cómo la señora Eugenia era trasladada en ambulancia al hospital de las afueras del pueblo. ¿Razón? Unos adolescentes imbéciles inmaduros habían decidido que sería la leche robar el dinero que la anciana llevaba para comprar el pan, pero no se les ocurrió contar con que ella se defendería y en el forcejeo cayó al suelo, golpeándose la cabeza contra el bordillo de la acera.

     -¡Es que no se puede consentir! ¡Rufianes! ¡BÁNDALOS!- el anciano volvió a casa farfullando durante todo el camino-. La próxima vez se comen mi bastón.