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miércoles, noviembre 26

XXII

       ¿Eres de comedia o de ciencia ficción? No me gustan nada los dramas románticos… ¿De VO, con o sin subtítulos, o de doblaje? Bajo la lluvia, ¿bailas o besas? ¿Por qué no las dos? ¿De sudadera o de calor corporal? ¿De “qué buena está” o de “qué a gusto estoy”? ¿Te gusta el frío o prefieres el calor que se desprende bajo las sábanas? ¿Camuflas la mala leche llamándola sinceridad? ¿Te escudas en el “yo soy así”? Y en el tema de los golpes… ¿cuál es tu estilo: empotramientos contra la pared o puñaladas por la espalda? No necesito preguntar si has roto algún corazón pero, ¿qué tal va el tuyo? Y tú, ¿eres feliz? ¿Con qué sueñas despierto y qué (o quién) te quita siempre el sueño? ¿Tus latidos se suavizan al abrazar a alguien? ¿Se aceleran? ¿Te gusta leer? Si la respuesta es negativa, por favor, piénsalo de nuevo. ¿Chocolate blanco o chocolate negro? ¿Te has parado alguna vez a escuchar los latidos de alguien y has sentido que las manillas del reloj se ralentizaban? ¿Has tenido nudos en el estómago o en la garganta? Yo sé hacer nudos de corbata… y espero que no seas de llevar pajarita. ¿Tienes un número favorito? «El siete es el número más poderoso de todos.» ¿Alguna vez has querido detener el tiempo hasta que dejara de doler o eres de los que se levantan aunque duela? Los segundos son, sin duda, una clase de gente muy especial. ¿Prudente o cobarde? ¿Cobarde o valiente? ¿Valiente o atrevido? ¿Atrevido o imprudente? ¿De los que aceleran a fondo en las curvas o de los que van por el carril derecho? ¿De los que duelen o de los que se duelen? ¿Eres de los que se quedan y vuelven a intentarlo? Sí, tienes pinta de ser uno de esos locos que no se dan por vencidos. ¿Sonríes sólo con la boca o también con los ojos? ¿Eres de blanco o de negro (gris no vale)? Yo soy de esperanza… y quiero explorar todos tus recovecos.

domingo, noviembre 23

XXI

    Sopla delicadamente el café, sosteniendo la taza entre ambas manos. Hoy es martes, así que seguramente estará en una de esas citas a ciegas que le preparan sus amigos, que no ven la hora de que se empareje. Se nota a leguas que está harta de esas citas y, por suerte, también de ese tipo. Le escucha hablar, por supuesto, pero quince minutos de la reproducción de las orugas amarillas habrían colmado la paciencia de un santo. Ha conocido la barra de todos los bares -aunque sigue acudiendo al mío cada semana-, las cafeterías más lúgubres, los restaurantes más variopintos y a nadie que valga la pena. Siempre dice que no tiene ningún tipo predeterminado, que le gusta sorprenderse. Quizá ese sea el problema: nadie está a la altura de sus expectativas, y contra eso, poco se puede hacer. 
     Se despiden con dos besos fríos en las mejillas, y él se va con aire satisfecho, como si no hubieran estado en la misma cita. Acaba su café y deja unas monedas sobre la mesa. Se levanta, bolso en mano, y pasa frente a la barra, con dirección a la salida.

         - Que pase buena tarde, señorita.

Hasta la próxima, espero.

miércoles, noviembre 19

XX

       Bip. Bip.

¿Quién llamará a estas horas? ¿Y qué hora es?
Maldita resaca, qué dolor de cabeza. 

       Bip. Bip.

Abro lentamente los ojos, pero el sol entra sin compasión por la ventana. ¿Y esas cortinas? La habitación no me resulta nada familiar. Frente a mí hay un cuadro con un póster de un rapero que se me hace conocido, pero… ¿Dónde demonios estoy?
Veo el bolso tirado en el suelo, junto al sujetador. Me tapo con la sábana y me incorporo un poco para cogerlo y sacar el móvil. Algunas llamadas perdidas y un mensaje en el buzón.

       “Cariño, ¿dónde estás? Anda, ven a casa y hablemos. Tu lado de la cama ha estado muy frío esta noche sin ti.”

Cuelgo. Un rostro masculino me observa desde el umbral de la puerta y me saborea con los ojos. Parece estar rememorando algo.

       - Que mi hermanito no se entere, ¿eh?

Mierda. ¿Qué he hecho?

domingo, noviembre 16

XIX

       Susana y Carlos se conocieron en una excursión a la sierra. Carlos era primo de uno de los amigos de Susana y aquella mañana al llegar se incorporó al grupo por primera vez. A pesar de que fue atracción a primera vista, aquel fin de semana no pasó nada entre ellos. Aun así, buscaban excusas para quedarse a solas y charlar un rato; habían congeniado tan bien que no parecía que se conociesen de unas horas. Susana, que era la viva imagen de la timidez, se encontraba muy cómoda perdiéndose en los ojos de aquel perfecto desconocido mientras le hablaba del jefe del taller en el que trabajaba y que tanto odiaba. Ella trabajaba en una oficina y no creía que las historias de su día a día fuesen entretenidas, pero Carlos la escuchaba como si el mundo dependiera de lo que contaban sus labios en aquel momento.
       Han pasado doce años de aquel fin de semana. Ha pasado toda una vida en realidad, pero hoy, después de tanto, han vuelto a aquella casa en la sierra. La compañía es diferente esta vez: en el asiento trasero del coche una hermosa niña descansa plácidamente sobre el regazo de su hermano, agotada por el viaje.

       - Mamá… ¿ya hemos llegado? -pregunta en un susurro la pequeña, que ha abierto los ojos al apagarse el motor del coche- ¡Huele a plantas!

domingo, noviembre 9

XVIII

       No existe pesadilla mayor que pasar los días conmigo y las noches sin ti, aunque desde mi habitación no importa realmente si pasan los días o no. Voy por la vida como el corredor al que se le olvidan las zapatillas nuevas en la taquilla de la oficina o el vagabundo sin casa, porque eras el hogar al que volvía cuando la vida pesaba y, de pronto, cambiaste la cerradura. Ahora sólo acaricio los libros que alguna vez hojeaste acurrucada en el sofá y relleno las esquinas de las páginas contándote cuánto echo de menos verte así. No soy capaz de llorarte como un hombre y me escondo tras una coraza, como el niño que antes fui, porque, desde que no estás, he vuelto a desconfiar hasta de la almohada y quién sabe qué te contarán después. Quién sabe si querrás escucharlo.

miércoles, noviembre 5

X7 Mi abuela

      Mi abuela hablaba mucho, a menudo disparates, y mezclaba la realidad con sus sueños.

      Había veces que se le trababan las palabras, veces en que se le nublaba un poco la razón y en medio de una historia se le olvidaba por completo lo que estaba haciendo, y veces en las que repetía las mismas dos frases durante horas sin darse cuenta. A veces ni siquiera era capaz de recordarme o reconocerme, pero nunca se olvidó de decirme que me quería.

      "¿Usted es mi nieta ******? Porque yo a mi nieta la quiero mucho, ¿sabe usted?"

      Era bonita mi abuela.

domingo, noviembre 2

XVI

       Pongamos que aquel día tenía prisa y no dejé pasar el autobús. Pongamos que no tiré la cartera al suelo justo delante de tus botas marrones como excusa para acercarme. Pongamos que no me miraste avergonzada mientras yo me disculpaba y preguntaba tu nombre. Pongamos que no respondiste y no pude invitarte a un café. Solo, con mucho azúcar. Pongamos que no te llamé amarga y te pedí, por favor, que lo repitiésemos otro día. Pongamos que no me diste tu teléfono y te llamé aquella misma noche. Estoy viendo la luna, asómate a la ventana... es preciosa, ¿verdad? Pongamos que no me llamaste tonto y que no te reíste, que no te entraron ganas de seguir conociéndome entonces. Pongamos que no me propusiste quedar ese sábado y hacer un picnic, porque siempre fuiste tan de campo siendo yo tan de playa. Pongamos que no llovió aquel día y nos empapamos. Pongamos que nos importó y no nos quedamos luego en tu portal hablando, mirándonos. Pongamos que no te acercaste y que no me lancé a tu boca. Pongamos que no me invitaste a subir. A por una toalla y algo seco, dijiste. Pongamos que no nos desnudamos entre risas y ansias. Pongamos que no estás durmiendo al otro lado de la almohada ahora mismo y vivámoslo todo de nuevo.

       - Disculpe señorita, se me ha caído la cartera…