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martes, diciembre 8

LXIII

       En su juventud fue experta en echar sal y limón sobre sus heridas y no dejarlas cicatrizar. No podría decirse si era la esperanza la que la mantenía viva, o el dolor que las heridas le producían, pero así sobrellevaba los días. Uno tras otro. Porque hay piedras con las que es fácil tropezarse, pero difícil mantener la dignidad. O las bragas, vaya.
        Cuentan que así era más hermosa, pero me resulta muy difícil imaginarla. Débil, expuesta. A veces desearía haber sido yo el primero. El que la enseñara  a confiar, a querer, a ser. El que no se fuera. A veces desearía haber sido yo el primero en sus brazos y qué coño, el primero en su cama y al despertar. Para mí no habría pasado desapercibido que, mientras la ropa caía al suelo, lo que iba desnudando era su alma.
       No sé si conoceré a esa chica alguna vez y no sé si la que duerme a mi lado en la cama casi cada noche alguna vez querrá compartir algo más que un colchón conmigo. Yo, mientras tanto, sigo soñando con el día en que los “¿subes?” vengan acompañados de un “quédate” a media voz.

viernes, octubre 2

LXII



Me gustabas como para que las cosas que me hicieron no mirar a otros, fuesen las mismas que me impidiesen quitarte la vista de encima. O las manos. Como para que olvidase el blanco, el negro y el gris, porque todo se bañó en mil colores, hasta las mariposas que batían las alas en mi estómago al sentir tu respiración en mi piel. Que sí, que yo no soy de cursilerías, que a mí las películas ñoñas me dan repelús, que yo tampoco entendía lo que estaba pasando. O sí. O no quise entenderlo. ¿Ves qué lío? Pero te vi. De pronto te vi y tuve una sensación extraña, familiar. Como si llevase años guardando los abrazos para ti. Y tuve miedo. Incluso me atrevería a decir que temí que saliera bien, pero tumbaste todos mis miedos cuando tu mano, áspera y decidida, tomó la mía, temblorosa, y te sentí sonreír en mi boca. Todo cobró sentido en ese momento.
Pero no quisiste quedarte.

lunes, septiembre 21

LXI «En mitad de un 'después'»

¿Sabes qué? Veo tu miedo y subo el mío. Que estás desvaneciéndote poco a poco pero me niego a soltarte del todo. Todavía no.

Quédate.

Que aún no sé a qué sabe tu sudor ni me he aprendido de memoria esa sonrisa que luego me romperá a base de recuerdos.

Quédate.

Que aún no voy a hablar de amor, pero podemos hablar de soñar o de morder. Hablemos de otros, y que no haya nadie más. Porque desde hace un rato estoy a la altura de tu abrazo y no imagino lugar mejor para pasar el rato. Curemos las heridas, hagamos historia; que se escondan las estrellas, veamos amanecer.

Pero quédate, joder.

Que te juro que vale la pena. Que valdrá la risa.

miércoles, septiembre 2

LX

       Con ella aprendí que aunque los te quiero no siempre tienen ocho letras y que pueden enmascararse detrás de un “calla, tonto”, también pueden fingirse, y que al hielo no lo abrasan las llamas, que el fuego siempre acaba consumiéndose.
     Cuando la conocí estaba rota en pedazos. En aquel momento no llegué a comprender cuánto, pero me propuse la tarea de juntar cada pedazo. Su aroma, su sonrisa incrédula, sus ojos tristes. Toda ella era una melodía que me fue imposible no querer aprender y tocar a cada momento. Y lo conseguí. Joder, no quedaba apenas rastro de aquella chica triste que había conocido. Estaba radiante. Era feliz, feliz de verdad. Feliz consigo misma.
       Había querido enseñarle el significado del amor, y ella lo convirtió en polvo que se esfumó entre nuestras manos. Y se marchó.

viernes, agosto 21

LIX

       Cuando le conocí decía que la vida era demasiado corta como para tomar café sin azúcar. Era un apasionado del café. Le apasionaban tantas cosas que era casi imposible seguirle el ritmo. Hizo que yo también cayera un poco. Yo, que después de dos años seguía perdiéndome en la gran ciudad, sintiéndome pez en pleno bosque, de pronto me sorprendía escuchando una playlist de música chill out o probando distintas sazones para la carne. Todo me resultaba nuevo y excitante, sobretodo él, sobretodo su forma de cogerme de la mano; me dejé llevar en todos los sentidos. Fue un buen guía, pero aunque hasta los bares más tristes de la ciudad se llenaron con los momentos de amor que compartimos, nunca hubo nada realmente. 
       Hace poco le vi, ¿sabes? Ya no toma café.

domingo, agosto 9

LVIII Si pudiera

     Si pudiera, volvería al lugar donde te vi la primera vez, distraído, feliz, y esta vez me acercaría a ti. ¿Te acuerdas de mí?, te preguntaría bajito, con la timidez que aún hoy me caracteriza, sabiendo que me reconoces. Me mirarías directamente a los ojos, yo tendría que resistirme a quitar la mirada, y responderías que sí, que claro. La conversación fluiría –porque entre tú y yo antes no existían los silencios- y después…
    Si pudiera, regresaría al momento exacto en que abrí el corazón en canal y quedé totalmente expuesta ante ti. Aquella primera vez que confié en ti, y sólo en ti, para hacerte partícipe de lo peor que había en mí. Sentí que, a partir de aquel momento, no estábamos solos. Había algo que nos unía, algo que iba más allá.
    Si pudiera, reviviría la primera pelea y perdería menos los papeles y guardaría más la dignidad. Dejaría de acariciar tus cicatrices y curaría mis heridas, tomando distancia. Dejaría que vinieras, iría yo, nos encontraríamos a mitad.
    Si pudiera, haría, desharía.
    Si pudiera.
    Si quisiera.

lunes, agosto 3

L7

       Sujeta con recelo un vaso con zumo de naranja recién exprimido con el que intenta paliar un poco el calor típico del verano. Me da por pensar que quizá ahora, en este instante en que sus ojos miran hacia el infinito, esté imaginándose a sí mismo en un paraíso tropical, a la sombra de una palmera, qué se yo. Pero la realidad es que los paraísos tropicales se le antojan lejanos. De hecho, cualquier distancia se antoja lejana cuando tus movimientos hace tiempo que se volvieron torpes y lentos. Tan lentos como para desesperar a aquellos que no entienden, ni quieren entender, que el tiempo pasa por todos. O que la vida es algo más que llegar a tiempo a las citas y sobrevivir siendo esclavos de dos de los peores inventos de la humanidad: la tecnología y los relojes.
       Recuerda con cariño los veranos en la playa con ella. Y los inviernos en casa, también con ella. Todo era mejor con ella, pero ya no está. Desde entonces experimenta cada día la dureza de despertar y que se rompa el sueño, que ella no esté al alcance de su temblorosa mano. La echa tanto de menos que a veces el amor le aprisiona la garganta y se come sus palabras. La echa tanto de menos que se ha perdido un poco él mismo y pocas veces puede recordar quién era cuando ella lo llevaba de la mano.
       Pero cuando habla de ella, puedo vislumbrar aún un brillo especial en sus ojos. Y sonríe.

domingo, junio 7

LVI

         Cuando nos conocimos eras tan solo un niño, que se cayó tantas veces como lo empujaron, y se levantó todas ellas. Yo, más niña aún, no había aprendido a limpiarme las rodillas y ponerme en pie cuando las fuerzas me flaqueaban. Tú decidiste quedarte y yo no quise soltarte. Aprendí que aunque me tocase andar sola, siempre estarías cerca. Que también lo estaría yo. 
         Una parte de ti late conmigo desde la primera vez que reímos y nos recompusimos juntos, y es tan mágico como natural saber que en cada paso tú también estarás.
       Cuánto fuimos y qué poco queda de nosotros entonces. Cuánto somos ahora y qué enorme la certeza de saber que alguien, en algún lugar, te querrá en tus errores, en tus aciertos, en los días de tirar la toalla y en los de enseñar hasta las encías al sonreír. 
      Porque si algo me has enseñado estos años, es que los lazos que nos unen hoy, nos unirán también mañana (porque son más fuertes que el adamantium).

        Mi ángel guardián.

        Mi siete, mi trébol de buena suerte.

domingo, mayo 31

LV

       El problema no fue chocarme contra el muro que, aunque parecía diminuto, existía entre los dos. El problema fue que preferí quedarme entre los escombros a curarme las heridas, en lugar de refugiarme en algún lugar seguro –porque cuando tú aparecías, la sensatez salía por la ventana-. Edifiqué mi hogar con los mismos ladrillos que habían abierto una brecha en mí y creí que estaba bien. Pinté y decoré las paredes, amueblé las estancias, puse libros, muchos libros. Me sentía en casa desde que las buenas noches me las dabas tú. Y cuando parecía que lo había conseguido, cambiaste la cerradura y me dejaste fuera. Ahora no sé a dónde ir.

domingo, mayo 24

LIV

        Sé que es típico, y algo absurdo, empezar hablando de tu sonrisa, porque las hay más amplias, más sinceras y, probablemente, más bonitas. Pero tú me la regalas sin pretensiones y me invitas a adentrarme un poco más en esa locura que es tu mundo, haciendo, esta vez de verdad, de cada momento una oportunidad. Y buscas la mía a golpe de caricias. Aunque he de confesar, que si no me ves siempre sonriendo es por guardar las apariencias, para que no creas que te quiero hasta cuando te vas.
       Y también es típico decir que me gustas incluso distraído, pero cuando frunces el ceño y tuerces la boca, a veces me cuesta acordarme de respirar. Si te vieras como te veo yo…
       Pero hoy apuesto por ti, aunque esto pueda no ser suficiente y acabe arruinándome. Que ya tengo la cuenta en números rojos y me van faltando tus besos.

domingo, mayo 17

LIII

       Echando cuentas, si la vida son (tres)! días, a mí me están faltando besos y me están sobrando golpes. Falta piel y roce, y sobra ropa y aire. Porque si los mejores momentos son los que te dejan sin aliento, la boca no se hizo sólo para guardar lo que me gustaría gritarte y nunca me atreveré siquiera a susurrar. Y si hablamos de tonterías, no hay mayor absurdo que estar maldiciéndote cuando ayer te imaginaba con mucha más intensidad. Porque la intensidad aumenta conforme la resistencia decrece, y yo nunca tuve fuerzas para resistirme. Pero cómo cambian las cosas de un momento al otro, y quién es esa del espejo. 

domingo, mayo 10

LII

       Últimamente siempre me despierto unos minutos antes de la hora; hoy fue un día de esos. Me he despertado y me he movido lo justo para taparme un poco más, sin abrir los ojos, como queriendo robarle a la mañana unos minutos más de paz, porque me esperaba un día largo por delante. Pero hoy, que los pensamientos me torturaban un poco más de lo normal, me he dado cuenta de que contigo hago justo lo mismo: robarteunos minutos que, aunque me pesen, llevan otro nombre. Y me abrazas, y sonríes en mi cuello, e irremediablemente me haces sonreír a mí, y en ese momento parece que vale la pena pero no sé conformarme con tan poco.

      Luego vuelves a irte.

      Suena el despertador.

      Y realmente no sé si ya no quiero nada más, o si el problema es justo lo contrario, que siempre quiero más.

domingo, mayo 3

LI

       Hoy, como cada mañana, me he despertado y la he visto. Sonreía. Sonríe mucho, la verdad. Aunque todo vaya en contra y fuera de casa haya tormenta, ella sonríe. Sonríe aunque la tormenta esté haciendo tambalear los cimientos desde dentro, supongo que no sabe hacer otra cosa.

       Es calma y paz, y a veces también huracán, pero nunca lluvia: pocas veces la vi llorar. Aunque, como todos, a veces pierde las ganas de luchar. En ocasiones también las perdí yo, y pude descubrir en sus ojos la desesperación. También la tristeza. En algunos momentos, las balas fueran tan seguidas que empezaron a no doler, pasaban por los huecos sin rozarla, y aun así le dolían. Y aun así nunca se dio por vencida.

       No ha logrado entender mi pasión por las letras, por las historias, por las luces, por los botones, pero quiero pensar que algún día me aguantará menos y me querrá más, si es posible. O al revés. Porque yo la querré aunque no sepa ni comprenderla ni demostrarlo.

       Porque es imposible no quererla cuando la oyes reír.

miércoles, abril 29

L

       Se deslizaba por la pista como si hubiera nacido para que la admiraran bailar. La música quedaba en segundo plano, lo que realmente ansiaba era sentirse deseada, que se la comieran con los ojos incluso desde la barra y sus parejas murieran de celos. Sin embargo, siempre se iba sola. Cuando daban las 12, cual Cenicienta, el hechizo se rompía, salía de la pista, apuraba la copa que tuviese en la mano y se marchaba a casa. Puedo asegurar que muchos hubieran pagado por acompañarla, pero se encargaba de espantar a todo el que se acercaba. Yo… nunca me acerqué, la verdad. Me limitaba a observarla desde la barra, como tantos otros, como si no hubiese vuelto a jurarle amor eterno a alguien poco rato antes de entrar.

domingo, abril 26

XLIX

     - ¿Qué pasa si de pronto un día te encuentras posponiéndole caricias a la misma piel que, tiempo atrás, te hacía tiritar con un simple roce?
       Leiva observa a Carlos vistiéndose desde su lado de la cama, tapada con una fina sábana.
      - ¿Crees que eso es lo que nos va a pasar? ¿O lo que me va a pasar a mí contigo? Deja de comerte el coco –inquiere éste subiéndose los pantalones.
       Leiva ya no creía nada. Ya no creía en nada.
      - Era sólo una pregunta –responde sin mucha convicción.
       Carlos, ya vestido, se sienta en la cama, a su lado. Toma su cara entre sus manos y la mira a esos impenetrables ojos negros que alguna vez lo habían cautivado.
     - Si no quieres que un fuego se apague –sentencia- tienes que hacer que arda. Y bajar el puto sol si hace falta.

miércoles, abril 22

“♥”


«Today could have been the day 
That you blow out your candles, 
Make a wish as you close your eyes. 

Today could have been the day, 
Everybody was laughing, 
Instead I just sit here and cry.

Not a day goes by,
That I don't think of you.
I'm always asking why this crazy world had to lose,
Such a ray of light.»

Feliz cumpleaños, A.

domingo, abril 19

XLVIII

       - Tío, ¿esa no es…?
       - Mierda –hacía semanas que no la veía. Bueno, desde…- ¿Pero qué coño hace Jaz aquí?
       Una chica rubia, de sonrisa estrecha pero amplias curvas, se acercaba hacia él decidida. Años atrás solía buscarla para pasar un buen rato, pero para él no hubo nada más; nunca había sentido nada por ella. Lo tuvo claro el día que conoció a Emily. Jaz sabía hacer magia (cuando se quitaba el tanga), pero Emily era magia. 
       Apuró un largo trago de su cerveza, intentando disipar a Emily de su mente tan rápido como fuera posible.
       - ¿Qué pasa, ya no saludas a las amigas?
       - Piérdete, Jaz –su tono fue cortante, pero eso no impidió que ella siguiera acercándose-. Emily puede aparecer y no quiero que te vea cerca de mí.
       - Oh, ¿sigue enfadada tu noviecita? –suelta burlona- ¡Sólo fueron un par de besos!
       - Fue UN beso que tú provocaste tirándote encima de mí y que no volverá a repetirse. Lárgate de aquí ahora, Jaz –el buen humor que traía había desaparecido con su llegada y estaba empezando a perder también la paciencia. 
       - Qué humor, chico. Como quieras, me voy. Pero ya sabes lo que dicen: tres polvos, un whisky y adiós a la tontería… Llámame.
       - Que te jodan.

miércoles, abril 15

XL7

       Entró en el garito con paso firme, flequillo despeinado y una sonrisa amplia, la típica sonrisa de los que quieren comerse el mundo y no les importaría hacerlo empezando por cualquier boca. Puede notar las miradas posándose sobre él mientras se dirige a la barra, donde hace rato que le esperan. Sus amigos le reciben poniéndole una cerveza en la mano: está listo para comenzar la fiesta. Esta noche promete, se dice a sí mismo mientras bebe un trago. Era el mismo mantra de cada noche de juerga o, al menos, el mismo desde…
       - Tío, ¿esa no es…? 
       - Mierda.

domingo, abril 12

XLVI

       Solía decirme a mí mismo que valía la pena esperar porque valía la pena quererla. Menudo imbécil, vaya. Mientras yo me quedaba en casa, pensando en cuándo volvería a verla, maldiciéndola por no estar entre mis brazos y a la vez culpándome por maldecirla, ella jugueteaba con unos y con otros. Y cuando se sentía vacía y sola, me llamaba. Pensaba que me quería, que en aquellos momentos me necesitaba porque me quería. Me aferraba a esa idea para poder aguantar lo demás, pero nunca me lo demostró. Nunca lo sentí de verdad. Creía que con mi amor le bastaría, que yo le sería suficiente. Se descojonó en mi cara el día que me armé de valor y se lo dije. Ella no podía querer a un rarito como yo. Semanas después quiso que nos viéramos. Estaba arrepentida, o eso dijo. Yo también lo estaba. Ya había perdido mucho tiempo.

miércoles, abril 8

XLV

       Remolonea entre las sábanas, resistiéndose a levantarse pese a que la mañana ya está bien avanzada. Es miércoles y debería estar en clase, pero la noche anterior se le alargó la juerga de nuevo. Conseguir lo que quería siempre había estado ligado a tomarse un par de copas, subirse la falda y jugar un rato. Había cogido bastante práctica con el paso de los años. Al principio se sentía sucia, tenía dudas, remordimientos, vaya uno a saber. Ahora ya está acostumbrada y amigo más, amigo menos, no le importa. No, si eso se traduce en ciertos privilegios.
       - Nena, ¿estás despierta? –pregunta su madre desde el umbral de la puerta.
       - Casi –responde en un hilo de voz, aún con la cabeza enterrada en la almohada..
       - Pero, ¿no deberías estar en clase? ¿Te encuentras bien? –un deje de preocupación se deduce en su voz.
       - Sí, no te preocupes, mamá. Es sólo que anoche me quedé hasta tarde estudiando y me he quedado dormida.
       Responde rápidamente. Sus padres no sospechan nada. Nadie sospecha nada en realidad. Siempre fue experta en mentir.

domingo, abril 5

XLIV

       Cualquiera pensaría que lo peor fue aquella noche, o la mañana siguiente, pero qué va. Ni siquiera volver a casa entonces. Lo peor fue el momento exacto en el que comprendí, días después, que todo había acabado. Estaba como en una nube, ajena a todo lo que pasaba a mi alrededor e, irónicamente, verte fue lo que me hizo saber que te habías ido para siempre.
       Mentiría si dijera que lo llevo bien. Mentiría incluso si dijera que algún día llevaré bien saber que ya no me recibirás con esa sonrisa de niña y, distraída, en cualquier momento, me preguntarás si te quiero. Cuántas veces lo habrás hecho y te puse menos atención de la que debía. Cómo no te iba a querer, si aprendí a ver a través de tus ojos y, en ocasiones, me sentía niña y adulta a la vez. Cómo no te iba a querer. Y no es que te eche de menos en cada paso que doy, que también, sino que me echo de menos a mí contigo, y eso sí que es un desastre*.


(*cuando digo desastre, quiero decir PUTADA con sus seis letritas.) 

miércoles, abril 1

XLIII

       ¿Sabes esos días en los que el mundo parece un monstruo gigante que te persigue y pretende engullirte? Pues en uno de esos andaba yo. Acababa de llegar a casa y no es que me sintiera sola, es que estaba sola; aunque, sinceramente, no sé cuál de las dos sensaciones me parece peor. Necesitaba hablar pero no me atrevía a buscar a nadie. He sido tímida e insegura desde siempre, he tenido muy pocos amigos y aún me cuesta encontrar a alguno de verdad, puedes imaginar hace unos años. El cerco estaba totalmente cerrado, así que saqué un cuaderno y lo abrí por la primera página. Me reí ante la absurda idea de empezar con un “Querido diario, hola”. No, no podía llegar a esos niveles. Ya había escrito historias otras veces, mayormente en clase, así que no debía resultarme difícil. O eso pensé. Decidí alejarme tanto como pudiera de mí misma y escribí sobre ella, que no era más que otra máscara más de la persona que yo era entonces. Abrirte en canal ante un papel tiene poder sanador, sin duda, pero el proceso es parecido a caminar por una cama de clavos, con peso sobre los hombros, sin zapatos y de puntillas, con el viento pegándote de fondo y la lluvia cayendo desorientada por todas partes; un verdadero desastre.

       No sé cuántas lágrimas, sonrisas y locuras han pasado desde ese día, pero hace poco alguien me preguntó por qué escribo. “No sirve para nada” sentenció. Me limité a sonreír, porque es lo único educado que puedes hacer cuando alguien dice sandeces y quieres que su cara bese el bordillo de la acera muy fuerte. “Pues escribo”, le dije, “porque me gustaría ser un faquir”.

domingo, marzo 29

XLII

       Quiero morderte la boca. Sin planes ni avisos, ni promesas de ningún tipo. Entonces podrás decirme una vez más que soy una salvaje y por primera vez, te diré que tal vez sí que lo soy. Quién soy yo para luchar contra los instintos, si todos me llevan hacia ti y es justo donde quiero estar. En tu boca, respirando sobre tu cuello, muriendo de anticipación, alrededor de tu cintura. Hueles a error y a lujuria y qué esperas que te diga, lo último que me apetece es hablar; ahora mismo soy incapaz de seguir posponiendo esto y estoy dispuesta a quemarme si el infierno empieza en tu lengua.

Baby, I’m preying on you tonight, hunt you down, eat you alive… just like animals. 

miércoles, marzo 18

XLI

       Un día de estos voy a dejar de resistirme. Dejaré de ponerle atención a la razón y silenciaré las excusas con las que me bombardeo a todas horas. Te prometo que lo haré, que de esta semana no pasa, ya verás. Si es que no tengo escapatoria, además. Cómo no hacerlo, si todos mis sentidos quieren perderse en la comisura de tus labios. Incluso cuando te acercas y te paras a mi lado; tú no dices nada y yo tampoco pronuncio palabra alguna, pero sé de sobra lo que estamos pensando los dos. Que podrías acercarte un poco más. Que yo podría dejar el pánico a un lado y obviar que mi sentido común me insta a correr en dirección contraria a tus brazos. Ya verás.

domingo, marzo 15

XL A veces

   A veces quiero irme. Así, sin más.

   Coger tres o cuatro cosas y largarme a cualquier parte. Huir de las obligaciones y los problemas. De los mensajes malinterpretados, las llamadas que no llegan y las malas caras. Las conversaciones forzadas, los saludos por compromiso, los besos por educación. ¿A QUIÉN SE LE OCURRIÓ ESA ESTUPIDEZ DE CONVENCIONALISMO DE SALUDAR DANDO BESOS A GENTE A LA QUE QUIERES PERDER DE VISTA? De las relaciones falsas y la gente hipócrita. De la gente cobarde, de los que necesitan hacer sentir mal a los demás, de los que quieren imponer sus ideas (normalmente equivocadas) sin razonar. De los del sexo rápido y de los aburridos. De los que no han leído nada más allá del As e idolatran a Roncero, de todo ese montón de gente que se cree especial por ser exactamente igual que el resto. De los que enmascaran la mala leche llamándola sinceridad y de los que no son capaces de ser reales ni así. De los que escriben una y otra vez la misma sarta de tonterías. De que maltraten a la Poesía; de los del amor con hache. De madrugar, de pensar en acostarme temprano (pero nunca hacerlo), de no dormir. De todo, en realidad.

   A veces quiero irme. Así, sin más.

  Y me gusta engañarme a mí misma pensando que el problema es el resto, a pesar de saber perfectamente que el problema es el aire cuando sobra, entre tú y yo por ejemplo. Que el problema es tu olor desapareciendo de mi cuello y los abrazos en los que ya no estás.

   A veces quiero irme. Así, sin más.

   Pero, ¿cómo escapas de tu propia piel?

domingo, marzo 8

XXXIX

       A veces aún se buscan, pero ya no se necesitan con aquella intensidad salvaje del principio. Han aprendido a caminar en el presente, a no volver la vista al pasado, a sobrellevar los recuerdos. Lo peor, para ambos, fue rehacerse. Rehacerse al llegar a casa y no tener quien los desvistiera. Rehacer los almuerzos para uno y los domingos por la tarde (como éste, solitarios). Rehicieron los sueños que habían dejado a medias, las promesas que se hicieron añicos en la garganta y los planes que se quedaron en el camino, que ahora se antoja muy lejano. A veces aún se buscan, pero ya no se necesitan. Ese cuento lo han aprendido bien.

miércoles, marzo 4

XXXVIII

       El coche se detiene y él se despereza suavemente. Ha dormido casi todo el trayecto y se niega a abrir los ojos, la claridad lo ciega. Querría quedarse así indefinidamente, bajo la calidez del sol de media tarde, aún sin saber bien lo que eso significa. Escucha pasos acercándose y alejándose del coche, voces que quizá le llaman, pero sigue en ese dulce lugar entre el sueño y el despertar. Cuando por fin se decide a abrir los ojos, la ve. Está fuera, hablando con otras personas cuya cara no recuerda. Está tan guapa. Siempre está guapa. Y huele a cerezas y a amor. Al menos supone que es amor, porque no hay lugar en el mundo en el que esté mejor que en sus brazos. De pronto, ella clava sus grandes ojos verdes en él y le sonríe. Él le devuelve la sonrisa mientras la ve acercarse al coche. Su corazón se agita.

       - ¡Mamá!

domingo, marzo 1

XXX7

     Llega tarde y nervioso, dos características que debería haber dejado en casa a buen recaudo. Sabe que ella lleva rato esperándole y recorre el local con la vista. No tiene que buscar mucho, la reconoce enseguida. Sonará a tópico cursi, pero siente que sus corazones se llaman a gritos y se aceleran al instante. Dos besos tímidos y una disculpa después, el camarero se acerca para tomarles nota. Café y tarta de queso que una compañera del trabajo me comentó que en este lugar la hacen riquísima para ambos. Pasada la barrera inicial de la timidez, la conversación fluye durante horas: parece que todo va bien. ¡Pero qué tarde es! ¿Pedimos la cuenta ya? Había prometido cuidar a mi sobrino esta noche. El camarero deja sobre la mesa un pequeño platito con la factura y a ella, casualmente, le urge ir al baño en ese momento. ¿Pero qué...? Él se ocupa de la cuenta y, después de pagar, ella vuelve a la mesa y coge su bolso. Bueno, ¿nos vamos?... Sí, claro. Se despiden amigablemente, ella le pide que la llame. Te estaré esperando, añade coqueta. No piensa llamarla. Media hora antes lo hubiera hecho, sin duda. Media hora antes no la habría dejado marcharse sin invitarla a cenar el sábado por la noche. Pero media hora antes no sabía que aquella despampanante chica vivía en los años 50 y que esperaba que fuera él, por el simple hecho de ser hombre, el que se ocupase de todo. Y que ella, sólo por ser mujer, estaba exenta de pagar cosas como, vaya usted a saber, sus gastos. Cuándo aprenderán.

miércoles, febrero 25

XXXVI

     Si te quedas un ratito, puedo contarte que hoy me he sorprendido al notar cómo, impulsiva e incontroladamente, he sonreído al verte aparecer… y vaya locura. El hormigueo tonto también hizo aparición, como si la ilusión estuviese apoderándose de mí. Sentí que necesitaba sujetarme los pies, las ganas, el corazón, e incluso la razón, para no acercarme corriendo y perderme en tu boca. En ti. Cómo me gustas recién despierto, o casi dormido. Qué tontería ilusionarse anticipando futuros inciertos. Qué curioso que los futuros inciertos sonrían tan bonito.

miércoles, febrero 18

XXXV

   - ¿Me lo contarás alguna vez?
Lía, recostada al lado de Eric, le dibuja círculos en el pecho con el dedo.
   - ¿El qué? – responde éste, que segundos antes soñaba despierto con quién sabe qué.
   - ¡Oh, venga! El rollito de tío misterioso al principio tiene su encanto, pero acaba cansando, Eric.
Han tenido esta misma conversación muchas veces.
   - El rollito de tía curiosa también. Hay muchas cosas ahí afuera, ¿sabes? Mucho más de lo que sale en esos libritos tuyos. Cosas que te harían gritar de formas que ni te imaginas.
   - ¿Como tú?
Una chispa se enciende en los ojos de Eric; lujuria quizás.
   - Sí. Pero resulta que sé que te encanta que te haga gritar.

domingo, febrero 15

XXXIV

Era del tipo de persona que cuando se le cerraba una puerta, construía una ventana que diera de frente al mar; una loca soñadora. Y yo me volví loco también. Qué absurdo me parecía pasar un solo momento lejos de sus caderas; me manejaba a su antojo, y yo me dejaba. No podía creer mi suerte. Sí, mi suerte. Ella era el premio y yo un pobre don nadie. ¿Quién iba a decirme a mí que la mayor suerte sería que desapareciera de mi vida?
Hoy me he cruzado con ella y, aunque no me quitaba los ojos de encima, no ha sido capaz de mirarme a los ojos. Yo no he necesitado hacerlo. Qué sentido tiene mirar al pasado si el futuro te espera con los labios color cereza y los brazos abiertos, justo a tu medida.

domingo, febrero 8

XXXIII

    Las despedidas son menos despedidas si desde el principio sabes que nadie viene a quedarse. Nunca lo sabes a ciencia cierta, claro, pero lo intuyes. Llámalo sexto sentido, llámalo experiencia, llámalos interesados, pero la realidad es la que es: sólo están de paso. Te vas acostumbrando supongo, porque a todo nos acostumbramos, salvo a ser feliz (yo a la felicidad le puse boca, la hice reír y mira, muy bien no salió… nunca hay que fiarse). A veces me pregunto si los que se fueron estuvieron realmente y no suelo saber qué responderme. O mejor dicho, elijo no responderme y mantener a raya los recuerdos. Porque recordar es casi peor; los recuerdos felices, llegados a un punto, son devastadores. Puedes estar haciendo la cosa más insustancial del mundo, como ver una película cutre de las que emiten por televisión los domingos por la tarde. Inocente, inofensivo, hasta que de pronto, la protagonista se gira y la pantalla se ve cubierta por completo por sus profundos ojos azules. 
    Azules como el mar. 
    Le encantaba el mar. 
    Y ya. Esa tontería es suficiente, no hace falta más. El subconsciente te traiciona y ahí te viene todo. Los nervios previos a la cita de aquella tarde mientras te dabas ánimos frente al espejo. Las ganas de perderte en su abrazo todo lo posible y que no recibiste de vuelta. El temblor en las manos mientras sostenías la taza de café y cómo deseaste luego que ese temblor fuese solamente producto del frío y no de su inminente partida. Porque eso que dicen de que el fuego quema más justo al apagarse… mentira. Sus ojos, sin culpa, alejándose de ti, y los tuyos, perdidos, suplicando explicaciones a un asiento vacío. Apretar los dientes, nada de llorar, sí, estoy bien, no te preocupes. El esfuerzo por volver a aprender qué era eso de vivir solo: habías hecho un buen trabajo olvidando qué había antes de ser dos, ya no te hacía falta. Y resulta que sí, que no iba a quedarse. No iba a pelear por ti, contigo, por los dos. 
    Al cabo de un tiempo te repones (porque uno siempre es más fuerte que los golpes que recibe, aunque muchas veces no lo sepa). El caparazón va endureciéndose y los que se acercan cada vez son menos. Pero no te importa. 
    No importan. 
    No te importa. 
    No van a quedarse.
    ¿O sí (te) importa(n)?
    Odio los domingos.




«¿Cuántos de los que juraron mantuvieron su palabra?»

miércoles, febrero 4

XXXII

   Ojalá vinieras a visitarme alguna noche: las noches siempre fueron nuestro fuerte. Creo que es políticamente incorrecto que una chica hable de sexo pero, ¿de qué otra forma puede llamarse? Nunca hubo amor. Alguna vez creí que sí, pero enterré en los labios de otros cualquier sentimiento que pudiera estar naciendo. Amor, nosotros, qué va. Tú y yo estábamos destinados a no ser más que muelles chirriando y pieles sudorosas. Mordiscos, no besos. Lujuria, no pasión. En definitiva, amaneceres, pero no despertares. Fuiste uno más de mi lista, yo fui una más de la tuya, pero ojalá vinieras alguna vez. En una noche de esas en las que el sueño se resiste y el calor está ausente. Esas noches en las que me siento valiente para tenerte y aún más valiente para dejarte ir… porque no sabría qué hacer si te quedaras. Si algún día vuelves, ya me habré ido.