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miércoles, febrero 25

XXXVI

     Si te quedas un ratito, puedo contarte que hoy me he sorprendido al notar cómo, impulsiva e incontroladamente, he sonreído al verte aparecer… y vaya locura. El hormigueo tonto también hizo aparición, como si la ilusión estuviese apoderándose de mí. Sentí que necesitaba sujetarme los pies, las ganas, el corazón, e incluso la razón, para no acercarme corriendo y perderme en tu boca. En ti. Cómo me gustas recién despierto, o casi dormido. Qué tontería ilusionarse anticipando futuros inciertos. Qué curioso que los futuros inciertos sonrían tan bonito.

miércoles, febrero 18

XXXV

   - ¿Me lo contarás alguna vez?
Lía, recostada al lado de Eric, le dibuja círculos en el pecho con el dedo.
   - ¿El qué? – responde éste, que segundos antes soñaba despierto con quién sabe qué.
   - ¡Oh, venga! El rollito de tío misterioso al principio tiene su encanto, pero acaba cansando, Eric.
Han tenido esta misma conversación muchas veces.
   - El rollito de tía curiosa también. Hay muchas cosas ahí afuera, ¿sabes? Mucho más de lo que sale en esos libritos tuyos. Cosas que te harían gritar de formas que ni te imaginas.
   - ¿Como tú?
Una chispa se enciende en los ojos de Eric; lujuria quizás.
   - Sí. Pero resulta que sé que te encanta que te haga gritar.

domingo, febrero 15

XXXIV

Era del tipo de persona que cuando se le cerraba una puerta, construía una ventana que diera de frente al mar; una loca soñadora. Y yo me volví loco también. Qué absurdo me parecía pasar un solo momento lejos de sus caderas; me manejaba a su antojo, y yo me dejaba. No podía creer mi suerte. Sí, mi suerte. Ella era el premio y yo un pobre don nadie. ¿Quién iba a decirme a mí que la mayor suerte sería que desapareciera de mi vida?
Hoy me he cruzado con ella y, aunque no me quitaba los ojos de encima, no ha sido capaz de mirarme a los ojos. Yo no he necesitado hacerlo. Qué sentido tiene mirar al pasado si el futuro te espera con los labios color cereza y los brazos abiertos, justo a tu medida.

domingo, febrero 8

XXXIII

    Las despedidas son menos despedidas si desde el principio sabes que nadie viene a quedarse. Nunca lo sabes a ciencia cierta, claro, pero lo intuyes. Llámalo sexto sentido, llámalo experiencia, llámalos interesados, pero la realidad es la que es: sólo están de paso. Te vas acostumbrando supongo, porque a todo nos acostumbramos, salvo a ser feliz (yo a la felicidad le puse boca, la hice reír y mira, muy bien no salió… nunca hay que fiarse). A veces me pregunto si los que se fueron estuvieron realmente y no suelo saber qué responderme. O mejor dicho, elijo no responderme y mantener a raya los recuerdos. Porque recordar es casi peor; los recuerdos felices, llegados a un punto, son devastadores. Puedes estar haciendo la cosa más insustancial del mundo, como ver una película cutre de las que emiten por televisión los domingos por la tarde. Inocente, inofensivo, hasta que de pronto, la protagonista se gira y la pantalla se ve cubierta por completo por sus profundos ojos azules. 
    Azules como el mar. 
    Le encantaba el mar. 
    Y ya. Esa tontería es suficiente, no hace falta más. El subconsciente te traiciona y ahí te viene todo. Los nervios previos a la cita de aquella tarde mientras te dabas ánimos frente al espejo. Las ganas de perderte en su abrazo todo lo posible y que no recibiste de vuelta. El temblor en las manos mientras sostenías la taza de café y cómo deseaste luego que ese temblor fuese solamente producto del frío y no de su inminente partida. Porque eso que dicen de que el fuego quema más justo al apagarse… mentira. Sus ojos, sin culpa, alejándose de ti, y los tuyos, perdidos, suplicando explicaciones a un asiento vacío. Apretar los dientes, nada de llorar, sí, estoy bien, no te preocupes. El esfuerzo por volver a aprender qué era eso de vivir solo: habías hecho un buen trabajo olvidando qué había antes de ser dos, ya no te hacía falta. Y resulta que sí, que no iba a quedarse. No iba a pelear por ti, contigo, por los dos. 
    Al cabo de un tiempo te repones (porque uno siempre es más fuerte que los golpes que recibe, aunque muchas veces no lo sepa). El caparazón va endureciéndose y los que se acercan cada vez son menos. Pero no te importa. 
    No importan. 
    No te importa. 
    No van a quedarse.
    ¿O sí (te) importa(n)?
    Odio los domingos.




«¿Cuántos de los que juraron mantuvieron su palabra?»

miércoles, febrero 4

XXXII

   Ojalá vinieras a visitarme alguna noche: las noches siempre fueron nuestro fuerte. Creo que es políticamente incorrecto que una chica hable de sexo pero, ¿de qué otra forma puede llamarse? Nunca hubo amor. Alguna vez creí que sí, pero enterré en los labios de otros cualquier sentimiento que pudiera estar naciendo. Amor, nosotros, qué va. Tú y yo estábamos destinados a no ser más que muelles chirriando y pieles sudorosas. Mordiscos, no besos. Lujuria, no pasión. En definitiva, amaneceres, pero no despertares. Fuiste uno más de mi lista, yo fui una más de la tuya, pero ojalá vinieras alguna vez. En una noche de esas en las que el sueño se resiste y el calor está ausente. Esas noches en las que me siento valiente para tenerte y aún más valiente para dejarte ir… porque no sabría qué hacer si te quedaras. Si algún día vuelves, ya me habré ido.