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domingo, marzo 29

XLII

       Quiero morderte la boca. Sin planes ni avisos, ni promesas de ningún tipo. Entonces podrás decirme una vez más que soy una salvaje y por primera vez, te diré que tal vez sí que lo soy. Quién soy yo para luchar contra los instintos, si todos me llevan hacia ti y es justo donde quiero estar. En tu boca, respirando sobre tu cuello, muriendo de anticipación, alrededor de tu cintura. Hueles a error y a lujuria y qué esperas que te diga, lo último que me apetece es hablar; ahora mismo soy incapaz de seguir posponiendo esto y estoy dispuesta a quemarme si el infierno empieza en tu lengua.

Baby, I’m preying on you tonight, hunt you down, eat you alive… just like animals. 

miércoles, marzo 18

XLI

       Un día de estos voy a dejar de resistirme. Dejaré de ponerle atención a la razón y silenciaré las excusas con las que me bombardeo a todas horas. Te prometo que lo haré, que de esta semana no pasa, ya verás. Si es que no tengo escapatoria, además. Cómo no hacerlo, si todos mis sentidos quieren perderse en la comisura de tus labios. Incluso cuando te acercas y te paras a mi lado; tú no dices nada y yo tampoco pronuncio palabra alguna, pero sé de sobra lo que estamos pensando los dos. Que podrías acercarte un poco más. Que yo podría dejar el pánico a un lado y obviar que mi sentido común me insta a correr en dirección contraria a tus brazos. Ya verás.

domingo, marzo 15

XL A veces

   A veces quiero irme. Así, sin más.

   Coger tres o cuatro cosas y largarme a cualquier parte. Huir de las obligaciones y los problemas. De los mensajes malinterpretados, las llamadas que no llegan y las malas caras. Las conversaciones forzadas, los saludos por compromiso, los besos por educación. ¿A QUIÉN SE LE OCURRIÓ ESA ESTUPIDEZ DE CONVENCIONALISMO DE SALUDAR DANDO BESOS A GENTE A LA QUE QUIERES PERDER DE VISTA? De las relaciones falsas y la gente hipócrita. De la gente cobarde, de los que necesitan hacer sentir mal a los demás, de los que quieren imponer sus ideas (normalmente equivocadas) sin razonar. De los del sexo rápido y de los aburridos. De los que no han leído nada más allá del As e idolatran a Roncero, de todo ese montón de gente que se cree especial por ser exactamente igual que el resto. De los que enmascaran la mala leche llamándola sinceridad y de los que no son capaces de ser reales ni así. De los que escriben una y otra vez la misma sarta de tonterías. De que maltraten a la Poesía; de los del amor con hache. De madrugar, de pensar en acostarme temprano (pero nunca hacerlo), de no dormir. De todo, en realidad.

   A veces quiero irme. Así, sin más.

  Y me gusta engañarme a mí misma pensando que el problema es el resto, a pesar de saber perfectamente que el problema es el aire cuando sobra, entre tú y yo por ejemplo. Que el problema es tu olor desapareciendo de mi cuello y los abrazos en los que ya no estás.

   A veces quiero irme. Así, sin más.

   Pero, ¿cómo escapas de tu propia piel?

domingo, marzo 8

XXXIX

       A veces aún se buscan, pero ya no se necesitan con aquella intensidad salvaje del principio. Han aprendido a caminar en el presente, a no volver la vista al pasado, a sobrellevar los recuerdos. Lo peor, para ambos, fue rehacerse. Rehacerse al llegar a casa y no tener quien los desvistiera. Rehacer los almuerzos para uno y los domingos por la tarde (como éste, solitarios). Rehicieron los sueños que habían dejado a medias, las promesas que se hicieron añicos en la garganta y los planes que se quedaron en el camino, que ahora se antoja muy lejano. A veces aún se buscan, pero ya no se necesitan. Ese cuento lo han aprendido bien.

miércoles, marzo 4

XXXVIII

       El coche se detiene y él se despereza suavemente. Ha dormido casi todo el trayecto y se niega a abrir los ojos, la claridad lo ciega. Querría quedarse así indefinidamente, bajo la calidez del sol de media tarde, aún sin saber bien lo que eso significa. Escucha pasos acercándose y alejándose del coche, voces que quizá le llaman, pero sigue en ese dulce lugar entre el sueño y el despertar. Cuando por fin se decide a abrir los ojos, la ve. Está fuera, hablando con otras personas cuya cara no recuerda. Está tan guapa. Siempre está guapa. Y huele a cerezas y a amor. Al menos supone que es amor, porque no hay lugar en el mundo en el que esté mejor que en sus brazos. De pronto, ella clava sus grandes ojos verdes en él y le sonríe. Él le devuelve la sonrisa mientras la ve acercarse al coche. Su corazón se agita.

       - ¡Mamá!

domingo, marzo 1

XXX7

     Llega tarde y nervioso, dos características que debería haber dejado en casa a buen recaudo. Sabe que ella lleva rato esperándole y recorre el local con la vista. No tiene que buscar mucho, la reconoce enseguida. Sonará a tópico cursi, pero siente que sus corazones se llaman a gritos y se aceleran al instante. Dos besos tímidos y una disculpa después, el camarero se acerca para tomarles nota. Café y tarta de queso que una compañera del trabajo me comentó que en este lugar la hacen riquísima para ambos. Pasada la barrera inicial de la timidez, la conversación fluye durante horas: parece que todo va bien. ¡Pero qué tarde es! ¿Pedimos la cuenta ya? Había prometido cuidar a mi sobrino esta noche. El camarero deja sobre la mesa un pequeño platito con la factura y a ella, casualmente, le urge ir al baño en ese momento. ¿Pero qué...? Él se ocupa de la cuenta y, después de pagar, ella vuelve a la mesa y coge su bolso. Bueno, ¿nos vamos?... Sí, claro. Se despiden amigablemente, ella le pide que la llame. Te estaré esperando, añade coqueta. No piensa llamarla. Media hora antes lo hubiera hecho, sin duda. Media hora antes no la habría dejado marcharse sin invitarla a cenar el sábado por la noche. Pero media hora antes no sabía que aquella despampanante chica vivía en los años 50 y que esperaba que fuera él, por el simple hecho de ser hombre, el que se ocupase de todo. Y que ella, sólo por ser mujer, estaba exenta de pagar cosas como, vaya usted a saber, sus gastos. Cuándo aprenderán.