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miércoles, marzo 4

XXXVIII

       El coche se detiene y él se despereza suavemente. Ha dormido casi todo el trayecto y se niega a abrir los ojos, la claridad lo ciega. Querría quedarse así indefinidamente, bajo la calidez del sol de media tarde, aún sin saber bien lo que eso significa. Escucha pasos acercándose y alejándose del coche, voces que quizá le llaman, pero sigue en ese dulce lugar entre el sueño y el despertar. Cuando por fin se decide a abrir los ojos, la ve. Está fuera, hablando con otras personas cuya cara no recuerda. Está tan guapa. Siempre está guapa. Y huele a cerezas y a amor. Al menos supone que es amor, porque no hay lugar en el mundo en el que esté mejor que en sus brazos. De pronto, ella clava sus grandes ojos verdes en él y le sonríe. Él le devuelve la sonrisa mientras la ve acercarse al coche. Su corazón se agita.

       - ¡Mamá!