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miércoles, abril 29

L

       Se deslizaba por la pista como si hubiera nacido para que la admiraran bailar. La música quedaba en segundo plano, lo que realmente ansiaba era sentirse deseada, que se la comieran con los ojos incluso desde la barra y sus parejas murieran de celos. Sin embargo, siempre se iba sola. Cuando daban las 12, cual Cenicienta, el hechizo se rompía, salía de la pista, apuraba la copa que tuviese en la mano y se marchaba a casa. Puedo asegurar que muchos hubieran pagado por acompañarla, pero se encargaba de espantar a todo el que se acercaba. Yo… nunca me acerqué, la verdad. Me limitaba a observarla desde la barra, como tantos otros, como si no hubiese vuelto a jurarle amor eterno a alguien poco rato antes de entrar.