Había mantenido a duras penas el equilibrio más tiempo del que hubiera creído posible, pero al final su cuerpo empezó a ceder. Durante una fracción de segundo, dudó si debía dejarse caer. Así acabaría todo por fin, pensó.
Pero no pudo. Todo su ser, incluidas las pesadillas, los suspiros y las pestañas, dijo que no.
Y saltó.