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jueves, octubre 6

LXXII

       Le vi dormir sin querer y despertar contra todo pronóstico; en las buenas, en las malas, en las que se escondía. Aprendí a leer en sus bromas el silencio, a entender que sus manos ásperas no eran más que el reflejo de un corazón ya desgastado. Me conformé con las historias que su piel contaba cuando él no quería hablar, siempre paciente. Siempre a la espera. Siempre puedes llamar. Sus ojos fueron el camino en el que me perdí y quise encontrarme; donde nadie ya nunca me buscará. Quise tanto como pude, quiso tanto como se permitió, y nos acabó ahogando a los dos. Un “vuelve pronto” y dos miradas encontrándose por primera vez después de la tormenta. No quedó nada más.