Páginas

miércoles, febrero 22

LXXIV

       ¿Cuántos años hace ya? ¿Cinco? ¿Seis? Vaya, cómo pasa el tiempo, ¿verdad? Yo aún era presa de la timidez y me acerqué con recelo, lo recuerdo perfectamente. Me desarmaste sin apenas pronunciar palabra, como si yo fuera un ciego, temblando al recordar el tacto de tu voz. Me sonreías y las distancias se fueron acortando. Hablabas sin parar y, la verdad, a mí no me importaba nada de lo que decías, pero valió la pena. Cuando tus labios rozaron los míos fue… No voy a insultar a la poesía poniéndole tu nombre, pero contigo Neruda no hubiera necesitado susurrarle versos tristes al papel. ¿Lo recuerdas? Fue el principio de ti, de mí, de nosotros, del todo que acabó convirtiéndose en nada… Pero no hablemos de cosas tristes hoy, no señor. Entre nosotros siempre hubo amor, mucho además. Nunca he amado a nadie como te amo a ti; me hacías ser mejor, suena a tópico, pero quería ser mejor, por ti. Sin embargo, tú te empeñabas en decir que ibas a irte, que no podías aguantarlo más… y yo no entendía nada. ¿Cómo podías querer dejarme… si me amabas? Porque me amabas, ¿no? Como yo a ti. Eso era lo más importante. Claro que me ponía nervioso, ¡si iba a perderte! Pero no te haría daño. Nunca te haría daño. Ahora estaremos juntos para siempre, cariño. Solos tú y yo, como siempre debió ser. Tus amigas no volverán a malmeter en mi contra, ni tus padres a suplicarte que me dejes. Ellos no saben nada del amor, cariño, de verdad que no. No, no te vayas, ¿Cómo que no vas a quedarte? Cómo puedes ser así conmigo, ¡soy lo mejor que te ha pasado! No eres más que una buscona. Mira la ropa que llevas. ¿Así pretendes ir de digna? Voy a hacer lo que yo quiera, y se acabará cuando yo quiera. Eres mi mujer, ¿te enteras? Mía.