Páginas

martes, noviembre 15

LXXIII ... and nothing's alright.

Aprendí que podía sola cuando te necesité y no pudiste estar.

Aprendí que podía sola cuando te necesité y no quisiste estar.

Aprendí que podía sola cuando llamé entre lágrimas y el silencio fue la única respuesta.

Aprendí que podía sola cuando busqué tu abrazo y la indiferencia heló mi frío.

Aprendí que podía sola cuando estuve perdida y no me buscaste.

Aprendí que podía sola cuando volví a encontrarme y desapareciste.

Aprendí que podía sola cuando te dije que te quería y huiste de mis ojos.

Aprendí que podía sola cuando te demostré que te quería y me hiciste a un lado.

Aprendí que podía sola cuando las voces me silenciaron y tú, espectador de la escena, no me hiciste alzar la voz.

Aprendí que podía sola cuando me hicieron pequeña. Cuando me hiciste pequeña. Y fui grande.

Aprendí que podía sola cuando me caí, me levanté y volví a caerme, y no me diste tu mano.

Aprendí que podía sola cuando me caí y no pude levantarme, y desde lejos no podías darme la mano.

Aprendí que podía sola cuando no quería estar sola y a ti te quemaba mi compañía.

Aprendí que podía sola cuando no quería estar sola y a mi tristeza la sacudía tu desprecio.

Aprendí que podía sola cuando las paredes de mi habitación me quitaban el aire y hasta pasar el día se antojaba complicado, y tú me cerrabas la puerta.

Aprendí que podía sola.

Pero ya no puedo más.

jueves, octubre 6

LXXII

       Le vi dormir sin querer y despertar contra todo pronóstico; en las buenas, en las malas, en las que se escondía. Aprendí a leer en sus bromas el silencio, a entender que sus manos ásperas no eran más que el reflejo de un corazón ya desgastado. Me conformé con las historias que su piel contaba cuando él no quería hablar, siempre paciente. Siempre a la espera. Siempre puedes llamar. Sus ojos fueron el camino en el que me perdí y quise encontrarme; donde nadie ya nunca me buscará. Quise tanto como pude, quiso tanto como se permitió, y nos acabó ahogando a los dos. Un “vuelve pronto” y dos miradas encontrándose por primera vez después de la tormenta. No quedó nada más.

viernes, septiembre 23

LXXI "Y"

       El sol sale por el mismo sitio, el tráfico no afloja, en la calle se discute por las mismas cosas, es un día cualquiera y, sin embargo, ese día te cambia la vida. "Voy a intentar salvarle la vida", “yo no esperaba que esto fuera así”, “confiemos en que salga de esta”, “hay que mantenerse fuertes, por él”, “es que estas cosas siempre le pasan a otros”… porque nadie se esperaba que ocurriera pero ocurrió, y nadie quiere pensar lo peor pero lo piensa, y todos quieren mantener la esperanza pero no pueden, y todos quieren sonreír pero lloran con la boca. 
       Y ella, que creció entre batas blancas, olor a desinfectante y ventanas cerradas que no dan a ningún lugar, que nunca tiene miedo, de pronto necesita aire y no lo tiene. El tiempo pasa lento mientras, paralizada frente a la camilla, busca explicaciones que no encuentra. Como si la realidad perdiera el sentido y no hubiera manera de recomponerse. Minutos que parecen horas, angustia, soledad. Volver a casa e intentar olvidar a la mujer que, entre el barullo de la gente, lloraba, porque cada noche tenía que dejar el alma en un pasillo y, a través de una pared, decirle "Hasta pronto" a su niño. Como si eso pudiera olvidarse. Como si fuera a olvidarlo alguna vez.

martes, septiembre 20

LXX

       Hoy he descubierto que tu nombre sigue sonando igual en mis labios. No sé si fue cosa del azar o el subconsciente traicionándome, pero con la misma velocidad que escupía las palabras sentía que todos los músculos de mi cuerpo se tensaban. Ese mismo efecto causaba tu aliento sobre mi piel y te prometo que había conseguido olvidarlo, pero hoy algo ha cambiado, algo más doloroso incluso que mirarte a la cara y decirte adiós: no saber si volveré a hacerlo.
       Curiosas las maneras que tiene la vida de hacer trampas… y todos pensando que el guión estaba escrito y las reglas puestas. Que hace un año mi mala suerte y tu ropa interior se apostaban mi futuro y ahora no creo que sea capaz de volver a pronunciar tu nombre si no estás. Si no eres.

viernes, julio 22

LXIX

   - ¿Dónde estabas?
   Por ahí, huyendo de ti, de esta casa, yo qué sé. A pesar de que la casa está a oscuras, adivino su silueta en el sofá. Corro las cortinas del salón para que entre algo de claridad y encuentro que un cenicero lleno de colillas y una botella de vino del barato adornan una escena ya de por sí patética.
   - Te he preguntado que dónde estabas, joder. Y cierra las putas cortinas.
   Como si te importara. La miro fijamente a los ojos y me esfuerzo para reprimir los recuerdos, pero es en vano. Me sobrevienen imágenes de aquel día, el primer día de nuestra nueva vida. Dijo que ya no había nada que temer, que estaría para mí siempre y bueno… me lo creí. No sé si fue porque necesitaba creerlo, pero en aquel momento sus palabras parecían tan puras, tan de verdad… Y al principio fue bien, puedo decir sin ningún atisbo de duda que a su lado conocí la felicidad. Pero después empezaron a llegar los avisos, las facturas sin pagar. Las horas extras, el malhumor al llegar a casa. Empezaron a faltar los buenos días y las buenas noches, sus sonrisas especiales para mí. Todos mis esfuerzos para que sonriera eran en vano, como si el amor se le hubiera acabado y yo… bueno, como si yo estorbase. Me apartó totalmente de su lado y no pude hacer nada al respecto.
   - ¿Piensas quedarte ahí todo el día, mirándome con cara de imbécil? 
   Doy media vuelta y salgo por la misma puerta que crucé hace dos minutos. El portazo es su única respuesta. Adiós, mamá.

miércoles, mayo 25

LXVIII Otra vez

De pronto, volver da miedo.

Volver.

Al papel en blanco, a la tinta ensuciándolo con mis manos torpes, a vivir en diferido escondida tras unos relatos, unas palabras, unos personajes que siempre soy yo.
Qué irónico, ¿no? Esconderse y exponerse a la vez. Piel, miedos, sueños, coraza, todo va cayendo.

La chica tímida que se sentaba en la última fila del autobús porque siempre se sintió inferior. O aquella otra que buscaba por las calles a quien perdió tiempo atrás, como si la ciudad ya no fuera la misma, sabiendo que la que es diferente es ella. El antiguo amante del café. La que aborrecía las cursilerías hasta que empezó a vomitar mariposas, y la que odiaba los formalismos y los besos de cortesía. La niña que debía aprender a quererse. La que esperaba que no fueras de usar pajarita, pero ya no lo tiene tan claro. El que quiso enseñar a querer y se quedó sin amor hasta para sí mismo. La del ángel guardián, el que siempre quería más, la que le escribió a su madre y nunca se lo enseñó. La que se preguntaba qué pasaría si posponía caricias, mientras posponía la vida entera. El que quiso esperar y perdió mucho más que tiempo. La que te echa de menos a cada paso, abuela. El que se resistía, el que quería irse, la que quería morderte. El niño que sonríe al encontrar a su madre a lo lejos. El que ya no busca a nadie. La que detestaba la navidad y los cumpleaños. El corazón desbocado, el monstruo, las noches, las despedidas, los domingos. Siempre fui yo.

Y da miedo, pero aquí estoy.

Otra vez.

domingo, febrero 7

LX7

       Hace unos meses te encontré por casualidad, no recuerdo en qué calle, y salí corriendo antes de que pudieras verme. Parecía que el tiempo no había pasado por ti, por nosotros, y tus marcas en mi piel seguían tan vivas como al principio.
       —     Yo no quería hacerlo, lo entiendes, ¿verdad?
       Suplicabas.
       Y yo asentía.
      Que no, que yo no era el tipo de chica a la que le pasan esas cosas. Que yo era decidida, valiente, independiente, fuerte. Pero te quería y te odiaba y me moría de rabia y de miedo, todo a la vez, como todas las demás. 
       —     No se lo digas a nadie. Todas las parejas tienen sus más y sus menos. No volverá a pasar.
       Decías.
       Y yo te creía.
       O te quería creer. O no te creía, pero me aferraba a cualquier cosa que supusiera al menos una noche de paz, porque cada vez eran menos. Fueron meses de compartir cama con un completo desconocido y de no reconocer a la persona con la que compartía la imagen en el espejo. Lloré hasta quedarme seca. Luego me quedaba en silencio, temblando.
       —     Tampoco fue para tanto, joder, sólo un triste polvo. ¿Es que no sirves ni para eso? Un día de estos te vas a ir a la puta calle. Pero ya vendrás, ya. Suplicarás que te deje volver. ¿Quién te va a querer a ti?
       Sonreías.
       Y yo me fui.
       Porque, ¿sabes qué? Yo me quería. Y ya he dejado de correr.

jueves, febrero 4

LXVI

   — ¿Qué llevas puesto hoy? ¿Un vestido? 

Ella sonríe antes de contestar. Parece que hoy ambos están de buen humor.

   — Sí, uno naranja con flores blancas, bastante corto a decir verdad. Es uno de tus favoritos…

   — Hmmm... la verdad es que suena bien. ¿Y qué más? —pregunta con una variación en el tono casi imperceptible, deseo quizás.

   — ¿Qué más? —adoraba aquellos juegos—. Pues ya sabes, esas cosas que llevan las mujeres…

   — Entiendo. Y esas cosas de mujeres de las que hablas, ¿llevan encaje?

Deseo, definitivamente. La chispa en los ojos de su marido le dio la señal y se acercó a él, que estaba tumbado en la cama. Lo enderezó y se sentó sobre él a horcajadas. Tenía los ojos bien abiertos, esos ojos que la habían consumido tantas veces y que ahora habían perdido color. Cuando se dio cuenta, las manos de su marido ya habían volado hasta debajo de su falda.

   — Pues sí, llevan encaje.

Ambos sonrieron, muriendo de ganas. O viviéndolas.

domingo, enero 31

LXV

       Para algunos los domingos son sólo manta, bebida caliente y sofá. A mí siempre me han parecido el inicio de un viaje (o el fin de otro); el 31 de diciembre de todas las semanas. El día de querer salvar el mundo o de salvarse los días, no sé cómo era, con o sin compañía. Y claro, hoy no iba a ser menos. Especialmente hoy, que enero se despide con la promesa de que mañana dolerá un poco menos, con la paz de que ayer, por unos instantes, cada sueño se llenó de magia. Porque el tiempo cura, pero uno también debe querer no dolerse. Me he dado cuenta que no sirve lo de pasar página, ni mucho menos lo de quemar el libro, porque la historia sigue grabada en cada poro de mi piel. Cada lucha, cada lágrima, cada caída, cada fallo, cada pérdida, cada adiós que no pude o no quise pronunciar, y cada sonrisa que eclipsaba con creces todo lo anterior. Y las historias que te marcan no se olvidan, te completan. Es momento de levantarse, de respirar, de avanzar y de seguir viviendo… que la historia ya se irá escribiendo sola.

miércoles, enero 27

LXIV

   Había mantenido a duras penas el equilibrio más tiempo del que hubiera creído posible, pero al final su cuerpo empezó a ceder. Durante una fracción de segundo, dudó si debía dejarse caer. Así acabaría todo por fin, pensó.
   Pero no pudo. Todo su ser, incluidas las pesadillas, los suspiros y las pestañas, dijo que no.
   Y saltó.

viernes, enero 22

Resulta que me he chocado contra un muro capaz de avergonzar al de Berlín. Resulta que había hecho unos planes y la vida tenía otros para mí. Resulta que vinieron golpes, muchos en realidad. Resulta que tuve que parar y respirar.

Poner todo en pausa.

Pero tal como vino, espero que se vaya. Pintalabios rojo, cazadora de cuero, botas negras y dejar, por fin, de echar de menos la vida.

Play.