Páginas

miércoles, abril 29

L

       Se deslizaba por la pista como si hubiera nacido para que la admiraran bailar. La música quedaba en segundo plano, lo que realmente ansiaba era sentirse deseada, que se la comieran con los ojos incluso desde la barra y sus parejas murieran de celos. Sin embargo, siempre se iba sola. Cuando daban las 12, cual Cenicienta, el hechizo se rompía, salía de la pista, apuraba la copa que tuviese en la mano y se marchaba a casa. Puedo asegurar que muchos hubieran pagado por acompañarla, pero se encargaba de espantar a todo el que se acercaba. Yo… nunca me acerqué, la verdad. Me limitaba a observarla desde la barra, como tantos otros, como si no hubiese vuelto a jurarle amor eterno a alguien poco rato antes de entrar.

domingo, abril 26

XLIX

     - ¿Qué pasa si de pronto un día te encuentras posponiéndole caricias a la misma piel que, tiempo atrás, te hacía tiritar con un simple roce?
       Leiva observa a Carlos vistiéndose desde su lado de la cama, tapada con una fina sábana.
      - ¿Crees que eso es lo que nos va a pasar? ¿O lo que me va a pasar a mí contigo? Deja de comerte el coco –inquiere éste subiéndose los pantalones.
       Leiva ya no creía nada. Ya no creía en nada.
      - Era sólo una pregunta –responde sin mucha convicción.
       Carlos, ya vestido, se sienta en la cama, a su lado. Toma su cara entre sus manos y la mira a esos impenetrables ojos negros que alguna vez lo habían cautivado.
     - Si no quieres que un fuego se apague –sentencia- tienes que hacer que arda. Y bajar el puto sol si hace falta.

miércoles, abril 22

“♥”


«Today could have been the day 
That you blow out your candles, 
Make a wish as you close your eyes. 

Today could have been the day, 
Everybody was laughing, 
Instead I just sit here and cry.

Not a day goes by,
That I don't think of you.
I'm always asking why this crazy world had to lose,
Such a ray of light.»

Feliz cumpleaños, A.

domingo, abril 19

XLVIII

       - Tío, ¿esa no es…?
       - Mierda –hacía semanas que no la veía. Bueno, desde…- ¿Pero qué coño hace Jaz aquí?
       Una chica rubia, de sonrisa estrecha pero amplias curvas, se acercaba hacia él decidida. Años atrás solía buscarla para pasar un buen rato, pero para él no hubo nada más; nunca había sentido nada por ella. Lo tuvo claro el día que conoció a Emily. Jaz sabía hacer magia (cuando se quitaba el tanga), pero Emily era magia. 
       Apuró un largo trago de su cerveza, intentando disipar a Emily de su mente tan rápido como fuera posible.
       - ¿Qué pasa, ya no saludas a las amigas?
       - Piérdete, Jaz –su tono fue cortante, pero eso no impidió que ella siguiera acercándose-. Emily puede aparecer y no quiero que te vea cerca de mí.
       - Oh, ¿sigue enfadada tu noviecita? –suelta burlona- ¡Sólo fueron un par de besos!
       - Fue UN beso que tú provocaste tirándote encima de mí y que no volverá a repetirse. Lárgate de aquí ahora, Jaz –el buen humor que traía había desaparecido con su llegada y estaba empezando a perder también la paciencia. 
       - Qué humor, chico. Como quieras, me voy. Pero ya sabes lo que dicen: tres polvos, un whisky y adiós a la tontería… Llámame.
       - Que te jodan.

miércoles, abril 15

XL7

       Entró en el garito con paso firme, flequillo despeinado y una sonrisa amplia, la típica sonrisa de los que quieren comerse el mundo y no les importaría hacerlo empezando por cualquier boca. Puede notar las miradas posándose sobre él mientras se dirige a la barra, donde hace rato que le esperan. Sus amigos le reciben poniéndole una cerveza en la mano: está listo para comenzar la fiesta. Esta noche promete, se dice a sí mismo mientras bebe un trago. Era el mismo mantra de cada noche de juerga o, al menos, el mismo desde…
       - Tío, ¿esa no es…? 
       - Mierda.

domingo, abril 12

XLVI

       Solía decirme a mí mismo que valía la pena esperar porque valía la pena quererla. Menudo imbécil, vaya. Mientras yo me quedaba en casa, pensando en cuándo volvería a verla, maldiciéndola por no estar entre mis brazos y a la vez culpándome por maldecirla, ella jugueteaba con unos y con otros. Y cuando se sentía vacía y sola, me llamaba. Pensaba que me quería, que en aquellos momentos me necesitaba porque me quería. Me aferraba a esa idea para poder aguantar lo demás, pero nunca me lo demostró. Nunca lo sentí de verdad. Creía que con mi amor le bastaría, que yo le sería suficiente. Se descojonó en mi cara el día que me armé de valor y se lo dije. Ella no podía querer a un rarito como yo. Semanas después quiso que nos viéramos. Estaba arrepentida, o eso dijo. Yo también lo estaba. Ya había perdido mucho tiempo.

miércoles, abril 8

XLV

       Remolonea entre las sábanas, resistiéndose a levantarse pese a que la mañana ya está bien avanzada. Es miércoles y debería estar en clase, pero la noche anterior se le alargó la juerga de nuevo. Conseguir lo que quería siempre había estado ligado a tomarse un par de copas, subirse la falda y jugar un rato. Había cogido bastante práctica con el paso de los años. Al principio se sentía sucia, tenía dudas, remordimientos, vaya uno a saber. Ahora ya está acostumbrada y amigo más, amigo menos, no le importa. No, si eso se traduce en ciertos privilegios.
       - Nena, ¿estás despierta? –pregunta su madre desde el umbral de la puerta.
       - Casi –responde en un hilo de voz, aún con la cabeza enterrada en la almohada..
       - Pero, ¿no deberías estar en clase? ¿Te encuentras bien? –un deje de preocupación se deduce en su voz.
       - Sí, no te preocupes, mamá. Es sólo que anoche me quedé hasta tarde estudiando y me he quedado dormida.
       Responde rápidamente. Sus padres no sospechan nada. Nadie sospecha nada en realidad. Siempre fue experta en mentir.

domingo, abril 5

XLIV

       Cualquiera pensaría que lo peor fue aquella noche, o la mañana siguiente, pero qué va. Ni siquiera volver a casa entonces. Lo peor fue el momento exacto en el que comprendí, días después, que todo había acabado. Estaba como en una nube, ajena a todo lo que pasaba a mi alrededor e, irónicamente, verte fue lo que me hizo saber que te habías ido para siempre.
       Mentiría si dijera que lo llevo bien. Mentiría incluso si dijera que algún día llevaré bien saber que ya no me recibirás con esa sonrisa de niña y, distraída, en cualquier momento, me preguntarás si te quiero. Cuántas veces lo habrás hecho y te puse menos atención de la que debía. Cómo no te iba a querer, si aprendí a ver a través de tus ojos y, en ocasiones, me sentía niña y adulta a la vez. Cómo no te iba a querer. Y no es que te eche de menos en cada paso que doy, que también, sino que me echo de menos a mí contigo, y eso sí que es un desastre*.


(*cuando digo desastre, quiero decir PUTADA con sus seis letritas.) 

miércoles, abril 1

XLIII

       ¿Sabes esos días en los que el mundo parece un monstruo gigante que te persigue y pretende engullirte? Pues en uno de esos andaba yo. Acababa de llegar a casa y no es que me sintiera sola, es que estaba sola; aunque, sinceramente, no sé cuál de las dos sensaciones me parece peor. Necesitaba hablar pero no me atrevía a buscar a nadie. He sido tímida e insegura desde siempre, he tenido muy pocos amigos y aún me cuesta encontrar a alguno de verdad, puedes imaginar hace unos años. El cerco estaba totalmente cerrado, así que saqué un cuaderno y lo abrí por la primera página. Me reí ante la absurda idea de empezar con un “Querido diario, hola”. No, no podía llegar a esos niveles. Ya había escrito historias otras veces, mayormente en clase, así que no debía resultarme difícil. O eso pensé. Decidí alejarme tanto como pudiera de mí misma y escribí sobre ella, que no era más que otra máscara más de la persona que yo era entonces. Abrirte en canal ante un papel tiene poder sanador, sin duda, pero el proceso es parecido a caminar por una cama de clavos, con peso sobre los hombros, sin zapatos y de puntillas, con el viento pegándote de fondo y la lluvia cayendo desorientada por todas partes; un verdadero desastre.

       No sé cuántas lágrimas, sonrisas y locuras han pasado desde ese día, pero hace poco alguien me preguntó por qué escribo. “No sirve para nada” sentenció. Me limité a sonreír, porque es lo único educado que puedes hacer cuando alguien dice sandeces y quieres que su cara bese el bordillo de la acera muy fuerte. “Pues escribo”, le dije, “porque me gustaría ser un faquir”.