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domingo, junio 7

LVI

         Cuando nos conocimos eras tan solo un niño, que se cayó tantas veces como lo empujaron, y se levantó todas ellas. Yo, más niña aún, no había aprendido a limpiarme las rodillas y ponerme en pie cuando las fuerzas me flaqueaban. Tú decidiste quedarte y yo no quise soltarte. Aprendí que aunque me tocase andar sola, siempre estarías cerca. Que también lo estaría yo. 
         Una parte de ti late conmigo desde la primera vez que reímos y nos recompusimos juntos, y es tan mágico como natural saber que en cada paso tú también estarás.
       Cuánto fuimos y qué poco queda de nosotros entonces. Cuánto somos ahora y qué enorme la certeza de saber que alguien, en algún lugar, te querrá en tus errores, en tus aciertos, en los días de tirar la toalla y en los de enseñar hasta las encías al sonreír. 
      Porque si algo me has enseñado estos años, es que los lazos que nos unen hoy, nos unirán también mañana (porque son más fuertes que el adamantium).

        Mi ángel guardián.

        Mi siete, mi trébol de buena suerte.