Páginas

martes, diciembre 8

LXIII

       En su juventud fue experta en echar sal y limón sobre sus heridas y no dejarlas cicatrizar. No podría decirse si era la esperanza la que la mantenía viva, o el dolor que las heridas le producían, pero así sobrellevaba los días. Uno tras otro. Porque hay piedras con las que es fácil tropezarse, pero difícil mantener la dignidad. O las bragas, vaya.
        Cuentan que así era más hermosa, pero me resulta muy difícil imaginarla. Débil, expuesta. A veces desearía haber sido yo el primero. El que la enseñara  a confiar, a querer, a ser. El que no se fuera. A veces desearía haber sido yo el primero en sus brazos y qué coño, el primero en su cama y al despertar. Para mí no habría pasado desapercibido que, mientras la ropa caía al suelo, lo que iba desnudando era su alma.
       No sé si conoceré a esa chica alguna vez y no sé si la que duerme a mi lado en la cama casi cada noche alguna vez querrá compartir algo más que un colchón conmigo. Yo, mientras tanto, sigo soñando con el día en que los “¿subes?” vengan acompañados de un “quédate” a media voz.