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viernes, octubre 2

LXII



Me gustabas como para que las cosas que me hicieron no mirar a otros, fuesen las mismas que me impidiesen quitarte la vista de encima. O las manos. Como para que olvidase el blanco, el negro y el gris, porque todo se bañó en mil colores, hasta las mariposas que batían las alas en mi estómago al sentir tu respiración en mi piel. Que sí, que yo no soy de cursilerías, que a mí las películas ñoñas me dan repelús, que yo tampoco entendía lo que estaba pasando. O sí. O no quise entenderlo. ¿Ves qué lío? Pero te vi. De pronto te vi y tuve una sensación extraña, familiar. Como si llevase años guardando los abrazos para ti. Y tuve miedo. Incluso me atrevería a decir que temí que saliera bien, pero tumbaste todos mis miedos cuando tu mano, áspera y decidida, tomó la mía, temblorosa, y te sentí sonreír en mi boca. Todo cobró sentido en ese momento.
Pero no quisiste quedarte.